Para la realización de ésta receta es importante tener a la
mano una persona. Sí así es, sólo una persona, no necesariamente indispensable,
pero si única en su vida. No se preocupe por buscarla, el secreto está en que
llegué en el momento, lugar y/o circunstancia menos indicada.
Una vez que tenga lista a su persona, úntele momentos
insignificantes, llenos de pequeños detalles difíciles de olvidar y cómodos de
evocar en la soledad. Ponga a fuego lento una mezcla de canciones cursis. Pueden
ser desde las más escuetas y populares, que se escuchan mil veces al día en la
estación de radio de su localidad y que, también, se dedican los enamorados
otras diez mil veces, hasta esa canción que una vez encontró en esa página
ubicada en el sitio más recóndito del internet y nadie a su alrededor ha
escuchado o llegará a escuchar, pero que, sin embargo cuenta a la perfección
“su historia” con dicha persona. Una vez integrada la mezcla ridículamente melosa
de su elección, viértala en su “persona” llenando cada centímetro de ella, es
importante la realización de este paso, ya que posteriormente ésta mezcla será
clave en la culminación de su receta.
Meta al horno a una temperatura de 300 mil mensajes de
conversaciones interminables por la madrugada. Y justo cuando esté en el punto
de cocción culminante su relación, abra el horno, deje que la persona se vaya y
siga un camino lejos de su cocina, su casa, su vida.
Aparte la mezcla de momentos insignificantes, canciones cursis y conversaciones trasnochadoras que le recuerden todo lo vivido con aquella persona, póngala a un lado en una mesa y espere a su descomposición, que se llene de moscas y moho. Después de semanas, meses o inclusive años esa mezcla de recuerdos se pudrirá junto con sus sentimientos. Y entonces ahí, cuando su corazón putrefacto sea incapaz de latir será querido(a) amigo(a), cuando haya muerto de amor.
Aparte la mezcla de momentos insignificantes, canciones cursis y conversaciones trasnochadoras que le recuerden todo lo vivido con aquella persona, póngala a un lado en una mesa y espere a su descomposición, que se llene de moscas y moho. Después de semanas, meses o inclusive años esa mezcla de recuerdos se pudrirá junto con sus sentimientos. Y entonces ahí, cuando su corazón putrefacto sea incapaz de latir será querido(a) amigo(a), cuando haya muerto de amor.
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